Durante décadas, la economía creyó que los mercados se movían por información y expectativas racionales. Pero la experiencia, los datos y las crisis nos enseñaron otra cosa: los precios también se mueven por emociones, intuiciones y relatos compartidos. A eso lo llamamos sentimiento del inversor . Y lejos de ser un mero “ruido irracional”, puede entenderse —siguiendo a Gerd Gigerenzer— como una forma de racionalidad ecológica : una inteligencia adaptativa que surge en contextos de incertidumbre. Gigerenzer sostiene que el ser humano no decide calculando infinitas probabilidades, sino aplicando heurísticas simples pero eficaces , guiadas por la experiencia, la emoción y el entorno. Ese “inconsciente racional” es lo que nos permite actuar sin tener toda la información. En los mercados, sucede lo mismo: los inversores usan reglas prácticas —“si todos compran, no me quedo afuera”; “si algo sube rápido, algo sabe el mercado”— que, aunque imperfectas, funcionan en entornos volátiles....