El
renacimiento de la Psicología dentro de la Economía[1] se traduce en lo que hoy se llama
Economía Conductual (Behavioral Economics), que arranca bastante antes de que
termine el siglo XX, pero que se
difunde y generaliza con el otorgamiento del Premio Nobel de Economía del año 2002 a Daniel Kahneman, quien lo recibe en conjunto con Vernon
Smith, cuya rama, si bien se relaciona con Behavioral Economics, tiene sus
diferencias, y se denomina Economía
Experimental (Experimental
Economics).
La economía
psicológica, conductual o del comportamiento, nace
por la insatisfacción de algunos economistas con la forma con la que se estaban
abordando, desde la economía, problemas referentes al comportamiento económico
del hombre y con las explicaciones que la economía daba a estos
comportamientos. Esta rama
estudia lo que ocurre en los mercados, pero teniendo en cuenta las enormes limitaciones humanas a la hora de hacer cálculo económico y las
problemáticas que se originan desde estas limitaciones.
Siguiendo puntualmente a Kahneman, el economista israelí define dos tipos de
procesos cognitivos: el Sistema 1, al
que llaman intuición y el Sistema 2, razonamiento:
“The operations of
System 1 are fast, automatic, effortless, associative, and often emotionally
charged; they are also governed by habit, and are therefore difficult to
control or modify. The operations of System 2 are slower, serial, effortful,
and deliberatively controlled: they are also relatively flexible and
potentially rule-governed”
"Utility cannot be divorced from emotion, and emotions are triggered by changes. A theory of choice that complete ignores feelings such as pain of losses and the regret of mistakes is not only descriptively unrealistic, it also leads to prescriptions that do not maximize the utility of outcomes as they are actually experienced"[2]
"Utility cannot be divorced from emotion, and emotions are triggered by changes. A theory of choice that complete ignores feelings such as pain of losses and the regret of mistakes is not only descriptively unrealistic, it also leads to prescriptions that do not maximize the utility of outcomes as they are actually experienced"[2]
Los behavioristas
son continuadores de las teorías de “racionalidad
limitada”, que ya en 1955 eran postuladas por Herbert Simon (a quien ya le
dedicamos un posteo en este blog), donde se
critican los modelos económicos que adoptan el supuesto de agentes con "ilimitadas capacidades para el procesamiento de información", lo que lo
llevó a acuñar el término racionalidad acotada
para describir una visión más realista de nuestro imperfecto proceso decisional. Ya habíamos destacado que, de acuerdo con esta visión, los
seres humanos enfrentamos restricciones de capacidad mental y de tiempo y, por
lo tanto, no siempre somos capaces de resolver problemas complejos de manera
óptima.
Consecuentemente, desde la Economía del Comportamiento, la estrategia “racional” frente a estas "limitaciones" es la adopción de
reglas prácticas que permitan a las personas economizar en el uso del tiempo o
de sus facultades mentales. Pero, así como esta estrategia racional puede
facilitar las decisiones complejas, también puede conducir a errores
sistemáticos (repetidos), como lo muestran Kahneman y Tversky[3].
Hay dos conceptos de Behavioral Economics que ya gozan con bastante aceptación por parte del mainstream neoclásico, son los de “aversión
a las pérdidas” y “contabilidad mental”. El primero sugiere
que las personas son más sensibles a las disminuciones en su bienestar que a
incrementos en éste, o en otras palabras, se ha verificado empíricamente que,
en muchos casos, la disminución de
utilidad asociada con una pérdida es mayor al incremento de utilidad asociado
con una ganancia equivalente. En palabras simples, perder $100 duele más que ganar $100.
Por su parte, el concepto de “contabilidad
mental” acuñado por Thaler[4], se refiere a situaciones
en las que los agentes, frente a eventos
repetitivos de resultado incierto, los tratan como resultados independientes y
adoptan una estrategia para cada uno de ellos, en lugar de considerarlos como
un único pool de eventos y adoptar una estrategia general.
Un ejemplo de contabilidad mental, recogido por
Camerer [5], es el comportamiento de los taxistas en la
ciudad de Nueva York. Al igual que en muchos otros países, numerosos taxistas
neoyorquinos pagan un alquiler fijo por el uso de un taxi, y conservan el resto
de los ingresos que obtengan. En esta situación, la estrategia “racional” de
optimización debería ser trabajar más durante los días de alta demanda (días
con mal tiempo, o días en los que se produce un gran evento en la ciudad) y
algo menos durante los días de baja demanda. Sin embargo, si los conductores
evaluaran cada día de manera independiente, y compararan los ingresos del día
con un estándar pre-establecido, podrían terminar trabajando más horas,
precisamente en los días de baja demanda, algo bastante poco racional desde la
teoría neoclásica, pero que es precisamente el hallazgo empírico más usual.
También esta escuela de pensamiento se enfoca en
casos donde los agentes efectivamente conocen lo que es mejor para ellos, pero
no optan de manera acorde por problemas de autocontrol. Estas
desviaciones ocurren en el caso de las adicciones, pero también en casos
usualmente menos severos, como los malos hábitos alimenticios, el sedentarismo
o la simple procrastinación (dejar para mañana lo que se puede hacer hoy), algo
que usualmente nos pasa a la mayoría de las personas.
Adicionalmente
el behaviorismo
critica el supuesto neoclásico de egoísmo ilimitado ya que
pueden encontrarse innumerables ejemplos de comportamientos altruistas,
incluyendo el relativo éxito de muchas colectas nacionales y los voluntariados
en organizaciones benéficas.
Indudablemente, queda bastante claro que los behavioristas razonan y teorizan siguiendo una línea argumental muy similar a
la de Simon (“racionalidad acotada”), y obviamente en sintonía con la
Neuroeconomía, pero con la diferencia de que fundamentan sus modelos más en
la investigación psicológica tradicional que en neurociencias. Sin
embargo, los aportes de la Economía del Comportamiento vienen creciendo, y con cierto grado de
aceptación, lo que no es poca cosa dentro de una ciencia como la económica,
donde la hipótesis de hiper-racionalidad es fuerte y está altamente arraigada
entre sus científicos.
Sin
embargo, en un futuro cercano seguramente la
Economía Conductual va a ir mostrando cada vez más fundamentos en neurociencias, ya
que -en un dato que no es menor-, varios de los neuroeconomistas senior
actuales vienen de la Economía Conductual. O sea, sea el puente entre Neuroeconomía y Economía del Comportamiento ya está tendido.
[1] Hablamos de “renacimiento” porque recordemos que, ya en el siglo
XVIII, algunos de los clásicos, Adam Smith por ejemplo, tenían bastante en
cuenta la verdadera racionalidad humana a la hora de teorizar, no la que
actualmente se usa, hiper-hedonista. Posteriormente ese maridaje entre economía
y psicología se perdió durante alrededor de 200 años hasta que a fines del
siglo XX renació de la mano de Kahneman, entre otros, con cierta aceptación
entre sus pares y además un premio Nóbel.
[2] Ver Kahneman, D. (2003). “Maps of Bounded
Rationality: Psychology for Behavioral Economics. American Economic Review. Vol
93. no. 5., donde resume el resultado de sus investigaciones.
[3] KAHNEMAN, D. and
A. TVERSKY (1974). “Judgement Under Uncertainty: Heuristics And Biases”,
Science, Vol. 185, pág. 1124-1131.
[4] THALER, R. (1985).
“Mental Accounting and Consumer Choice”, Marketing Science, Vol. 4, pág.
199-214.
[5] CAMERER, C.; L. BABCOCK;
G. LOEWENSTEIN and R. THALER (1997). “Labor supply of New York City cabdrivers: One day at a time”,
The Quarterly Journal of Economics, 112(2), 407-441.
Autor: Sebastián Laza (economista, MBA, docente y consultor)
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