El renacimiento de la psicología dentro de la economía [1] se traduce en la corriente llamada Economía Conductual (Behavioral Economics), que se difunde y generaliza con el otorgamiento del Premio Nobel de Economía del año 2002 a Kahneman, quien lo recibe en conjunto con Vernon Smith, cuya rama, si bien relacionada con la anterior, se denomina Economía Experimental (Experimental Economics). Ambos teóricos, criticando al homo economicus hiper-racional de la teoría neoclásica, definen dos tipos de procesos cognitivos: el Sistema 1, al que llaman intuición y el Sistema 2, razonamiento:
“The operations of System 1 are fast, automatic, effortless, associative, and often emotionally charged; they are also governed by habit, and are therefore difficult to control or modify. The operations of System 2 are slower, serial, effortful, and deliberatively controlled: they are also relatively flexible and potentially rule-governed” …Utility cannot be divorced from emotion, and emotions are triggered by changes. A theory of choice that complete ignores feelings such as pain of losses and the regret of mistakes is not only descriptively unrealistic, it also leads to prescriptions that do not maximize the utility of outcomes as they are actually experienced. [2]
Para ser rigurosos, y más allá de sus grandes coincidencias, la diferencia sustancial entre Economía Conductual y Economía Experimental es que la primera postula que incorporar principios psicológicos mejorará el análisis económico, mientras que la segunda presupone que incorporar métodos de la psicología (por ejemplo experimentos controlados) sólo mejorará el testeo de la teoría económica. Ambas ramas vienen haciendo aportes importantes a la teoría económica, en especial la Economía Conductual.
Siguiendo a Colin Camerer [3], Ernesto López [4] y Mullainathan y Thaler [5], los conductualistas critican al paradigma económico hiper-racional neoclásico, ya que éste se basa, en cuanto a sus supuestos sobre los agentes, en tres atributos altamente discutibles:
(i) racionalidad ilimitada;
(ii) voluntad ilimitada;
(iii) egoísmo ilimitado.
Con relación al atributo de racionalidad ilimitada, y haciendo un poco de historia, se tiene que, ya en 1955, Herbert Simon, Nobel de Economía, criticaba los modelos económicos que adoptaban el supuesto de agentes con ilimitadas capacidades para el procesamiento de información, lo que lo llevó a acuñar el término racionalidad acotada para describir una visión más realista de la capacidad humana de procesamiento de información. Los seres humanos enfrentamos restricciones de capacidad mental y de tiempo y, por lo tanto, no siempre (casi nunca) somos capaces de resolver problemas complejos de manera óptima. Consecuentemente, una estrategia “racional” frente a estas restricciones puede ser la adopción de reglas prácticas que permitan a las personas economizar en el uso del tiempo o de sus facultades mentales. Pero, así como esta estrategia de racionalidad acotada puede facilitar las decisiones complejas, también puede conducir a errores sistemáticos, como lo muestran Kahneman y Tversky [6].
Las desviaciones del supuesto de racionalidad pueden producirse respecto de los juicios (basados en las creencias y marcadores somáticos de los agentes), lo que conduce a situaciones de exceso de confianza, anclaje, extrapolación y juicios sobre la probabilidad de eventos futuros basados en información limitada pero disponible. Dos conceptos importantes en la teoría conductualista son los de “aversión a las pérdidas” y “contabilidad mental”.
El concepto de “aversión a las pérdidas” sugiere que las personas son más sensibles a las disminuciones en su bienestar que a incrementos en éste, o en otras palabras, se ha verificado empíricamente que, en muchos casos, la disminución de utilidad asociada con una pérdida es mayor al incremento de utilidad asociado con una ganancia equivalente, lo que de alguna matiza el concepto de costo de oportunidad tradicional, que sostiene que un peso perdido (erogado) es igual a un peso no ganado (no percibido).
El concepto de “aversión a las pérdidas” sugiere que las personas son más sensibles a las disminuciones en su bienestar que a incrementos en éste, o en otras palabras, se ha verificado empíricamente que, en muchos casos, la disminución de utilidad asociada con una pérdida es mayor al incremento de utilidad asociado con una ganancia equivalente, lo que de alguna matiza el concepto de costo de oportunidad tradicional, que sostiene que un peso perdido (erogado) es igual a un peso no ganado (no percibido).
Por su parte, el concepto de “contabilidad mental” acuñado por Thaler [7], se refiere a situaciones en las que los agentes, frente a eventos repetitivos de resultado incierto, los tratan como resultados independientes y adoptan una estrategia para cada uno de ellos, en lugar de considerarlos como un único pool de eventos y adoptar una estrategia general. Un ejemplo de contabilidad mental, recogido por Camerer [8], es el comportamiento de los taxistas en la ciudad de Nueva York. Al igual que en muchos otros países, numerosos taxistas neoyorquinos pagan un alquiler fijo por el uso de un taxi, y conservan el resto de los ingresos que obtengan. En esta situación, la estrategia “racional” neoclásica de optimización sería trabajar más durante los días de alta demanda (días con mal tiempo, o días en los que se produce un gran evento en la ciudad) y algo menos durante los días de baja demanda. Sin embargo, si los conductores evaluaran cada día de manera independiente, y compararan los ingresos del día con un estándar pre-establecido, podrían terminar trabajando más horas, precisamente en los días de baja demanda, algo bastante poco racional desde la teoría neoclásica, pero que es precisamente el hallazgo empírico más usual.
Con relación al segundo atributo, el de voluntad ilimitada, existen numerosos ejemplos de situaciones en las que se puede afirmar que los agentes efectivamente conocen lo que es mejor para ellos, pero no optan de manera acorde por problemas de autocontrol. Estas desviaciones ocurren en el caso de las adicciones, pero también en casos usualmente menos severos, como los malos hábitos alimenticios, el sedentarismo o la simple procrastinación (dejar para mañana lo que se puede hacer hoy), algo que usualmente nos pasa a la mayoría de las personas.
Finalmente, el atributo neoclásico del egoísmo ilimitado también es rebatible y, felizmente, pueden encontrarse innumerables ejemplos de comportamiento altruista, incluyendo el relativo éxito de muchas colectas nacionales y los voluntariados en organizaciones benéficas. Avances recientes en Neuroeconomía, de la mano de Paul Zak, demuestran el rol clave de la oxitocina en el cerebro para con los comportamientos altruistas.
Los conductualistas razonan y teorizan siguiendo una línea argumental muy en sintonía con la Neuroeconomía, pero con la diferencia de que tradicionalmente han fundamentado sus modelos más en la investigación psicológica, y no tanto en las Neurociencias. Ahora bien, en los últimos años los caminos de ambas vienen confluyendo, ya que la Economía Conductual (y también la Economía Experimental) vienen incorporando fundamentos neuro en sus desarrollos teóricos y sus testeos empíricos, además del hecho de que buena parte de los neuroeconomistas actuales vienen de la Economía Conductual y de la Economía Experimental, lo que demuestra que el puente ya está tendido.
[1]
Hablamos de “renacimiento” porque recordemos que, ya en el siglo XVIII, algunos
de los clásicos, Adam Smith por ejemplo, tenían bastante en cuenta la verdadera
racionalidad humana a la hora de teorizar, no la que actualmente se usa,
hiper-hedonista. Posteriormente ese maridaje entre economía y psicología se perdió
durante alrededor de 200 años hasta que a fines del siglo XX renació de la mano
de Kahneman, entre otros, con cierta aceptación entre sus pares y además varios premios Nóbel.
[2] Ver Kahneman, D. (2003). “Maps of Bounded
Rationality: Psychology for Behavioral Economics. American
Economic Review. Vol 93. no. 5., donde resume el resultado de sus
investigaciones.
[3] Camerer, C. y Loewenstein, G. (2004). “Behavioral
Economics: Past, Present, Future” en
Camerer C. y Lowenstein G. (ed.) “Advances in Behavioral Economics”, Princeton :
Princeton University Press.
[4]
López, Ernesto, “Todos tenemos nuestro cuarto de hora: Economía Conductual,
Neuroeconomía y sus implicancias para la protección al consumidor”, mimeo, año
2005, INDECOPI, pág. 119-120.
[5] MULLAINATHAN, S. y
R. THALER (2000). “Behavioral Economics”, Working Paper 7948. National Bureau
of Economic Research.
[6] KAHNEMAN, D. and
A. TVERSKY (1974). “Judgement Under Uncertainty: Heuristics And Biases”,
Science, Vol. 185, pág. 1124-1131.
[7] THALER, R. (1985). “Mental Accounting and Consumer
Choice”, Marketing Science, Vol. 4, pág. 199-214.
[8] CAMERER, C.; L. BABCOCK; G. LOEWENSTEIN and R. THALER
(1997). “Labor supply of New York City
cabdrivers: One day at a time”, The Quarterly Journal of Economics, 112(2),
407-441.
Autor: Sebastián Laza (economista, posgrado en Neurociencias Cognitivas Aplicadas a las Organizaciones)
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