En la bolsa predominan las decisiones emocionales. Si bien parece desatinada la afirmación, máxime en un mundo extremadamente lleno de analistas supuestamente racionales y formados en las mejores universidades, numerosos estudios neurocientíficos demuestran que en el armado de carteras de inversión se mezclan un montón de emociones, en especial todas aquellas que activan nuestro sistema de recompensa cerebral, que contiene resabios de nuestro cerebro prehistórico.
Al tomar una decisión de bolsa se nos mezcla nuestra capacidad racional con todas nuestras emociones. Es cierto que al analizar portfolios de inversión gran parte son cálculos matemáticos (beneficios, primas de riesgo, etc.) vía una parte del cerebro llamada corteza prefrontal (la parte más evolucionada del cerebro humano), encargada preferentemente de las decisiones racionales. Sin embargo, también influyen todas las emociones que vienen predominantemente del sistema límbico (cerebro primitivo), en especial el llamado sistema de recompensa. De esta forma, las cotizaciones de los mercados de valores están muy influidas por los vaivenes emocionales de los inversores, tanto o más que sus sesudos cálculos racionales.
Dopamina, sistema de recompensa y adicción al riesgo
En el mundo de los mercados de valores, los adictos a las inversiones de riesgo (hoy potenciados por los mercados de futuros y opciones) desarrollan los mismos parámetros cerebrales que los adictos a las drogas, al sexo, la comida o la bebida. Los neurocientíficos aducen que dichos inversores muestran niveles muy aumentados del neurotransmisor dopamina, que conduce a una mayor toma de riesgos. La dopamina está implicada en el aprendizaje de la recompensa, y es clave en el riesgo inversor excesivo (al igual que en las adicciones).
Un estudio, dirigido por Robb Rutledge, en el University College de Londres, encontró que el aumento de los niveles de dopamina en adultos sanos llevaron a los participantes a elegir opciones más riesgosas en un experimento con juegos de azar del tipo apuestas.
Treinta adultos sanos realizaron actividades de juegos de azar, después de recibir L-DOPA (aminoácido precursor de la dopamina) y después de recibir un placebo. La tarea consistía en elegir entre opciones seguras y riesgosas, que conducían a ganancias o pérdidas monetarias. Los investigadores encontraron que:
- los participantes tomaron más riesgos, para tratar de obtener mayores recompensas, después de recibir L-DOPA, pero no con placebo;
- la ingesta de L-DOPA no afectó a la frecuencia con que los sujetos tomaron riesgos cuando hubo pérdidas potenciales;
- después de recibir L-DOPA, los sujetos eligieron las opciones de mayor riesgo, independientemente de cuánto mayor fuera la recompensa potencial comparada con la alternativa segura;
- con placebo, la felicidad fue mayor después de grandes recompensas que de pequeñas recompensas, pero con L-DOPA se ponían contentos inclusive con pequeñas recompensas.
Los investigadores proponen que L-DOPA (aminoácido precursor de la dopamina) hizo posibles recompensas más atractivas, pero no afectó la percepción de pérdidas potenciales. También especularon que con L-DOPA, los sujetos pueden experimentar la liberación de dopamina similar para todos los niveles de recompensa, lo que explicaría por qué fueron igualmente felices después de pequeñas y grandes recompensas.
Sin dudas, estos estudios pueden ayudar a explicar las adicciones a los juegos de azar y también los excesos de toma de riesgo en el mundo de las inversiones de bolsa.
Cortisol, testosterona y riesgo
Es ampliamente conocido que los mercados financieros pueden llegar a ser peligrosamente inestables, sin embargo, no está claro por qué. La investigación reciente ha puesto de manifiesto la posibilidad de que las hormonas endógenas de los agentes de bolsa, en particular, la testosterona y el cortisol, pueden afectar críticamente la toma de decisiones financieras en los mercados.
Investigaciones recientes muestran que el cortisol, una hormona que modula la respuesta al estrés físico o psicológico, predice la inestabilidad en los mercados financieros. En un estudio concreto, se tomaron muestras de niveles salivares de cortisol y testosterona en personas que participaron en un experimento controlado (142 personas de muestra), y se encontró que los niveles individuales y combinados de cortisol endógeno predicen la posterior asunción de riesgos y la inestabilidad de precios del mercado.
A continuación, se administró o bien cortisol (una sola dosis oral de 100 mg de hidrocortisona), o bien testosterona (tres dosis de 10 g transdérmica gel de testosterona al 1% más de 48 horas) a los varones jóvenes antes de que simularan un juego de intercambio de activos. Se encontró que tanto el cortisol como la testosterona cambiaron las inversiones hacia activos de mayor riesgo. El cortisol parece afectar las preferencias de riesgo directamente, mientras que la testosterona actuaría induciendo una mayor optimismo sobre futuros cambios de precios.
Noradrenalina y aversión a las pérdidas
En los mercados de valores se suele observar muy a menudo que los inversores cortan rápido las ganancias, pero que aguantan mucho las pérdidas. Esto es debido a que los seres humanos tenemos una tendencia innata a evitar la pérdida. Desarrollamos una serie de mecanismos para hacer todo lo posible y recuperarla. Tendemos a movilizarnos mucho más con el hecho de evitar la pérdida que con la consecución de una ganancia.
Las Neuroeciencias muestran que determinadas regiones del cerebro, implicadas con los sistemas de recompensa, son cruciales para olvidar (o disminuir) el dolor por las pérdidas financieras. Se cree que un neurotransmisor, la noradrenalina, es esencial para la respuesta ante la pérdida de dinero. Los varones con elevados niveles de noradrenalina son menos sensibles al dolor ante las pérdidas financieras.
Concluyendo
Desde el punto de vista de la Neuroeconomía y las Neurofinanzas, hay al menos tres consejos claros para mejorar la performance inversora: 1) tener la voluntad de no dejarse llevar tanto por lo emocional, 2) entender los motivos que nos llevan a ser adictos a los activos más riesgosos, y 3) manejar mejor el tiempo, ya que elegir rápidamente potencia lo emocional por sobre lo racional, lo que lleva luego a las sobre-reacciones, burbujas, efectos manada, pánicos y demás yerbas bursátiles.
Autor: Sebastián Laza (economista, posgrado en Neurociencias Aplicadas a las Organizaciones)
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