En 1952, pocos años después de la publicación de la teoría de Von Neumann y Morgenstern, se celebró en París un encuentro para discutir sobre la economía del riesgo. Allí estuvieron presentes muchos de los más renombrados economistas de la época. Entre los invitados estadounidenses se encontraban los futuros premios Nobel Paul Samuelson, Kenneth Arrow y Milton Friedman, así como el ilustre estadístico Jimmie Savage.
Uno de los organizadores del encuentro de París era Maurice Allais, que unos años después también recibiría el premio Nobel. Allais se proponía demostrar que sus invitados eran susceptibles de incurrir en un efecto de certeza, y que, por consiguiente, vulneraban la teoría de la utilidad esperada y los axiomas de elección racional en que dicha teoría descansaba.
La paradoja de Allais fue desarrollada después por Maurice Allais en su libro “Le comportement de l’homme rationnel devant le risque: critique des postulats et axiomes de l’école américaine” (El comportamiento del hombre racional ante el riesgo: critica a los postulados de la escuela americana), publicado en 1953. La paradoja se explica generalmente con el siguiente ejemplo:
A un individuo se le pide que elija una entre las diferentes apuestas:
- Apuesta A: probabilidad del 100% de recibir 100 millones.
- Apuesta B: probabilidad del 10% de recibir 500 millones, probabilidad del 89% de recibir 100 millones, probabilidad del 1% de no recibir nada.
Y otra entre las siguientes apuestas:
- Apuesta C: probabilidad del 11% de recibir 100 millones, probabilidad del 89% de no recibir nada.
- Apuesta D: probabilidad del 10% de recibir 500 millones, probabilidad del 90% de no recibir nada.
Si la axiomática de la utilidad esperada fuese aplicada, la preferencia A >B debería implicar que C >D. Sin embargo, el experimento muestra que los individuos más racionales elegirían A >B, pero C < D, aunque se puede ver fácilmente que el valor esperado de cada apuesta es a = 100, b = 139, c = 11 y d = 50.
En la primera apuesta la opción menos arriesgada es preferible a una mayor utilidad esperada, mientras que en la segunda apuesta una mayor utilidad es preferible a una opción menos arriesgada. Esa termina siendo la paradoja, basada en el hecho de que en elecciones de riesgo financiero o de apuestas, aunque las personas generalmente prefieren certeza a incertidumbre, si se plantea la apuesta de forma diferente, preferirán la incertidumbre que fue previamente rechazada.
Como Allais había anticipado, los muy instruidos participantes en el encuentro no advirtieron que sus preferencias vulneraban la teoría de la utilidad hasta el momento en que les recordó que el encuentro estaba a punto de concluir. Allais quiso que el anuncio les cayese como una bomba: que los teóricos de la decisión más destacados de todo el mundo tenían preferencias que eran inconsistentes con su propio concepto de la racionalidad. Al parecer, creía que su audiencia, persuadida, abandonaría el enfoque de la que un tanto desdeñosamente etiquetó de “escuela norteamericana” y adoptaría su lógica alternativa de la elección que él había desarrollado.
Sin embargo, Allais iba a sufrir una gran decepción. La mayoría de economistas, poco aficionados a la teoría de la decisión, ignoraron el problema de Allais. Como a menudo sucede cuando se desafía una teoría que ha sido ampliamente aceptada y se la considera útil, vieron el problema como una anomalía y continuaron utilizando la teoría de la utilidad esperada como si nada hubiese pasado. En cambio, los teóricos de la decisión (un colectivo en el que se pueden encontrar estadísticos, economistas, filósofos y psicólogos) se tomaron muy en serio el desafío de Allais. Cuando Amos Tversky y Daniel Kahneman comenzaron su trabajo, uno de nuestros primeros objetivos fue encontrar una explicación psicológica satisfactoria de la paradoja de Allais.
La mayoría de los teóricos de la decisión, particularmente Allais, mantuvieron su creencia en la racionalidad humana e intentaron retorcer las reglas de la elección racional para que permitieran este patrón. Durante años ha habido múltiples intentos de encontrar una justificación plausible al efecto de certeza, pero ninguno ha resultado convincente. Amos Tversky era poco paciente con estos esfuerzos; llamó a los teóricos que intentaban racionalizar las vulneraciones de la teoría de la utilidad “abogados de la confusión”, ya que junto con Kahneman iban en otra dirección. Mantuvieron la teoría de la utilidad como una lógica de la elección racional, pero abandonaron la idea de que los humanos son perfectamente racionales en sus elecciones. Se propusieron la tarea de desarrollar una teoría psicológica que describiera las elecciones que las personas hacen con independencia que sean o no racionales. En la teoría de las perspectivas (prospectos), los valores decisorios no son idénticos a los valores de las probabilidades.
Sebastián Laza es un economista argentino, egresado de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina), especializado en la interrelación entre Neurociencias, Psicología y Economía, con posgrados sobre el tema en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), National Research University (Rusia), y Duke University (USA).
Libro: https://www.amazon.com/NEUROECONOM%C3%8DA-DISRUPCI%C3%93N-CAMBIO-SMITH-D-KAHNEMAN/dp/198084397X/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1538250941&sr=8-1&keywords=neuroeconomia
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